viernes, 6 de mayo de 2011

Capitulo 6: Zapatos

Estábamos sentados en las sillas de plástico y las mesitas pequeñas, tomando nuestro café helado. Sebastián trato de sacarme más sopa pero yo me salía por la tangente, tratando de sonar indiferente o distraída, lo que me salía mejor en el momento. Hasta que se dio por vencido y vaya que agradecí por eso. Simple y sencillamente no estaba lista para esto.
---Cuéntame mas de ti—dije saboreando mi café.
--- ¿Qué quieres saber?—pregunto mirando su vaso, casi vacío.
---Lo que sea, ya hablamos suficiente de mi. Dime… ¿Cómo es tu hermana?—fue lo primero que se me ocurrió.
   Rio suave.
--- ¿Mi hermana? ¿Me preguntas sobre mi hermana?
---Si, que tiene de malo—reí.
---De acuerdo, porque tu lo pides—sorbió un poco—Pues físicamente es… tiene su pelo parecido al tuyo.
--- ¿Enserio?—pregunte mirándomelo.
---Si, largo castaño solo que lo tiene más obscuro y un poco ondulado. Tienes los ojos claros.
--- ¿Y de quien heredaron ustedes dos los ojos claros? Porque no recuerdo bien a tu mama.
---Toda la familia de mi papa tiene los ojos claros. Si no los tienes verdes, los tienes azules o avellana. Pero lo castaño salió de mi mama.
    Guarde un segundo de silencio. Tenía una pregunta que realmente me interesaba saber la respuesta pero no quería ser inoportuna.
--- ¿Y ahora cual pregunta ronda en tu cabeza?—murmuro Sebastián mientras agarraba un sobrecito de azúcar y lo echaba a lo que quedaba de su café.
--- ¿Tu hermana conoció a tu papa? Quiero decir… si tuvo tiempo de al menos reconocerlo—dije sintiéndome un poco incomoda.
    Pero él se echo a reír.
---Levanta la cabeza, Carolina. No debes sentirte incomoda. Y pues si, mi padre si llego a ver crecer un año a Jimena pero ella no lo recuerda. Dice que no recuerda a su papi.
---Ternura—susurre—No me habías dicho como se llamaba.
---Jimena—repitió.
---Si ahora lo sé—reímos juntos.
    Después de estar un rato mas hay, nos fuimos y Sebastián me prometió que me llevaría a conocerla por la forma en que le insistía. En el camino me la imaginaba y no pude evitar que mi cabeza se imaginara  a una niña preciosa, un angelito.
   Llegamos a su casa y me abrió la puerta. Me encontré con su mama en la sala, leyendo un libro.
---Hola, mama—hablo primero Sebastián. Su mama levanto la mirada y pude ver su rostro y recordarla. No la recordaba tan demacrada, pero me había contado mi amigo que desde la muerte de su padre, nunca volvió a ser la misma y eso contaba en que nunca se arreglaba lo suficiente. Pero como quiera la señora poseía una belleza natural, con su pelo castaño hasta arriba del busto y una mirada perdida.
---Hola, señora. ¿Me recuerda?
   Se levanto y se acerco a mí y me abrazo. Le regrese el abrazo.
---Pero si como no me voy a acordar de ti ¡Solo mírate! Estas igual de preciosa. Te diste una buena estirada, te recuerdo del tamaño de Jimena.
---Por cierto mama, viene a conocerla.
--- ¿Tu no la conoces, cierto?—me pregunto la señora.
---No, yo no recuerdo a ninguna hermana realmente.
---Mama, cuando nació Jimena ya estábamos con la familia.
---Claro, cierto. Bueno Jimena está tomando su merienda. ¿No se te ofrece algo?
    La mama de Sebastián—que realmente no recordaba su nombre—estaba realmente cambiada no en el sentido físico. Se ve que sigue sufriendo por la muerte de su esposo aunque ya hayan pasado seis, casi siete años. Eso no me lo tuvo que decir Sebastián.
---No, gracias. A la próxima—le sonreí.
   La señora me sonrió de oreja a oreja.
---Mama, ya termine—se escucho una voz aguda.
    La señora se fue directo a la cocina donde se escuchaba le decía a la pequeña niña que levantara su plato y que quería presentarme a alguien.
   Sebastián me dijo que me sentara y me senté alado de él en el sofá, prendió la tele y le puso en un canal de música donde sonaba una canción de rock.
--- ¿Quién?—se escucho que decía la niña, mientras daba vuela para entrar a la sala. 
    Lo observe con atención, tenía el mismo color de pelo que Sebastián y su mama. El pelo largo hasta la mitad de la espalda y sus ojos claros, pero de lejos no podía verlos bien y definir su color y una piel blanca, casi translucida.
--Hola—le murmure.
  Se me quedo viendo raro. Le sonreí sin despegar los labios.
---Ve a saludar, Jimena—le dijo su mama y le dio un ligero empujoncito hacia mí, hasta quedo enfrente de mí.
---Ella es Carolina, Jimena. Somos amigos desde que estaba pequeño así como de tu edad—le dijo Sebastián con una tranquilidad…
--- ¿Y porque nunca la había visto?—pregunto la niña
---Por qué no vivía en nuestra casa con los tíos—hablo su hermano como con fastidio por lo obvio de la pregunta.
---Entonces no digas que desde chicos son amigos, se claro: “Fue mi amiga cuando era pequeño” –le corrigió.
   Me sorprendió con la claridad que hablo y la sabiduría para ser una niña de siete años. Me eche una risa, hasta la mama de ellos dos se rio a morir. Sebastián solo le saco la lengua pero después se rio con nosotras y la cargo y la puso en sus rodillas. Ella mostraba su sonrisa con un diente caído. Me pareció la niña más inteligente, astuta, bonita y tierna que he visto jamás. Pero realmente no he visto a muchos niños, no sé nada de ellos.
--- ¿Y ella es tu novia o qué?—pregunto la niña.
   La señora se me quedo viendo fijo como con cara de “no pensé en eso” pero yo vi a la niña que estaba con una sonrisa traviesa y Sebastián y yo nos vimos, hubo tres segundos de silencio antes de que él y yo explotáramos de risa. Hasta la lágrima se me salió y la panza me dolió.
   ¿Sebastián y yo? ¿El? Me dio más risa. El y yo jamás saldremos, de hecho  cada vez que lo veo me imagino que de nuevo estoy en segundo de primaria y que tengo siete años.
    Su hermana y su madre estaban riéndose también pero realmente no parecían comprender nuestras carcajadas.
---Buena esa—le dijo Sebastián a su hermana haciéndole cosquillas leves en la panza.
---Hay, bueno—murmuro riéndose.
    No merendé, pero me quede hasta tarde que termine cenando. Le pregunte el nombre a la señora, disculpándome porque no lo recordaba. ---Emma, bonito nombre—le dije sonriendo.
   Nos la pasamos todo el rato hablando de sus experiencias y su vida en la capital, mientras cada vez que me preguntaban sobre la mía yo les contestaba con un lindo:
---Nada interesante, solo soy una chica que le gusta bailar, la música, las películas de acción y esas cursilerías.
   Eso fue el fin de la conversación acerca de mi vida. Sebastián se me quedaba viendo fijo con una ceja levantada.
    Ya casi acabada la cena me levante, diciendo que tenía que regresar a casa y que muchas gracias por la cena.
---Regresa pronto, Carolina—me acaricio el hombro.
---Con gusto, señora—le sonreí.
---No, no. Me siento vieja si me dices señora. Dime Emma.
---No hay problema.
    Di vuelta para despedirme de Jimena que seguía sentada.
--- ¿Me das un abrazo?—le pregunte.
    La niña solo extendió sus brazos y me dio un abrazo de oso, le acaricie el pelo.
---No vemos luego, bonita.
---Adiós—me contesto con su sonrisita.
    Sebastián me acompaño a la puerta y cuando salimos nos quedamos hablando en el porche. La noche estaba demasiado caliente, el aire no se podía soportar. Y decir que la tarde estaba bien fresca y por suerte debajo de mi blusa guanga gris estaba una blanca de tirantes. Me quite la blusa gris.
---Calor, ¿o no?—me sonsaco.             
    Me reí y guarde al blusa en mi bolsa. Sebastián se me quedo viendo el hombro.
--- ¿Qué pasa?—pregunte mientras trataba de descifrar que veía en el.
--- ¿Eso que tienes hay es un moretón?—murmuro mientras se acercaba y lo tocaba levemente.
---Ha, si…Es que no bromeaba cuando dije que me gustaba bailar—le dije divertida.
--- ¿A qué te refieres?—pregunto confuso.
---Voy clases de baile—sonreí orgullosa.
--- ¿Tu? ¿Baile?—se echo a reír bien fuerte mientras yo le echaba una mirada asesina.
---Si, ¿qué tiene de malo?
---No te imagino bailando a ti.
---Algún día me veras, pero ahora no que me tengo que ir. Adiós
    Solo me sonrió y se metió a la casa. Yo hice lo mismo. 
    El lunes, cuando estaba a punto de irme a la preparatoria, desesperada buscaba mis zapatos rojos que me había llevado a la fiesta de Sergio y que por mi borrachera no sabía si los olvide o si me los robaron si los traje que no creo por qué no aparecían. Y ya me estaba desesperando.
    ¡Pero como no se me ocurriooooooooooooo! Si Sebastián me trajo a casa él tenía que saber si llevaba zapatos o no. Genial.
    Baje corriendo y sin desayunar agarre mi mochila y Salí de la casa. Sebastián estaba esperándome en su coche, ya que le iba prometido que me llevaría una semana.
---Perdón—dije agitada al entrar en el coche, inmediatamente arranco—Pero, cuándo me trajiste a casa el viernes ¿traía zapatos puestos?
   Se quedo tres segundos pensando y me contesto con un simple y despreocupado:
---No.
---Increíble.
    Estaban en la casa de mi amiga Samantita y ni quiero saber que les habrá hecho. Llame a Sergio.
--- ¿Carolina?—contesto.
---Si, hola Sergio. Solo quería preguntarte, ¿mis zapatos rojos que traía el viernes no los has visto en tu casa?—pregunte nerviosa.
--- ¿Tu zapatos? Oh, claro. Te los guarde.
    Suspire aliviada.
---Gracias, voy por ellos después.
---Claro, vente a mi casa mañana, hay te espero.
   Colgó. Me sorprendió, Sergio siempre me echa un carro y hace que una conversación de cinco minutos se vuelva una de quince. ¿Sera que el beso le afecto de alguna manera? Lo ignore y seguí con mi vida.
--- ¿Y?—pregunto Sebastián.
--- ¿Y, que?—pregunte yo.
--- ¿Los tiene si o no?—levanto la ceja.
---Ah, sí. Puedo ir por ellos mañana—sonreí sin despegar los labios.
--- ¿A su casa?—levanto la voz.
---Si, que tiene—entrecerré los ojos.
---Ese hombre no tiene buenas intenciones contigo. Te podría acompañar.
    Reí fuerte.
---E sobrevivido 17 años de mi vida sin que me protejan de las cosas, yo solita se me cuidar—dije orgullosa—comoquiera estamos hablando de Sergio, lo conozco desde que tenía pañales.
   Suspiro.
---Si dices.
   Llegamos a la preparatoria y no se hablo más del tema. Y no falto uno que otro que nos señalaban y estaban de malpensados. Mas ahora ya que algunos nos vieron a mí y Sebastián salir de la fiesta juntos. Genial.
    Llego el descanso demasiado rápido para mí, ya que realmente no prestaba atención a nada. Ni siquiera yo sabía la razón de por qué estaba tan distraída.
--- ¡Carolina, te estoy hablando mujer!—me grito desesperada Cintia, una amiga con la que pasaba el rato del descanso.
--- ¿Qué? ¿Qué dices?—pregunte inocente y parpadeando muchas veces.
--- ¡Aterriza Carolina! ¡Te estaba contando algo!—me dijo haciendo un pichero y cruzándose de brazos.
---Perdón, tiene que ser el hambre—me excuse. En eso sonó mi celular. Cintia entorno los ojos y yo con una sonrisa de disculpa conteste.
---Bueno
---Caro, hey soy Sergio. Solo te digo que mañana no puedo verte, ven ahora a mi escuela y te entrego los zapatos.
--- ¿Estás loco?
---No, es enserio—y si que sonaba enserio.
--- ¿Ir a tu preparatoria? No me puedo salir de la mía y no me dejaran entrar a la tuya.
---Ya verás que si, aquí si te dejan entrar y hazlo rápido porque ya casi empieza el descanso.
   Lo pensé bien, si iba tendría mis zapatos de regreso. Mis favoritos y los únicos rojos que tenia, eso los convertía automáticamente en los más valiosos del mundo.  Tenía que hacerlo pero me perdería la clase después del descanso y eso me vale un reverendo pepino.
---Okey, ¿en donde estarás?—pregunte mientras me despedía de Cintia con la mano y me iba directo al carro, tratando de que me vieran las menos personas posibles.
---Estaré en la entrada, por hay búscame me encontraras.
---Con los zapatos en las manos ¿entendiste?—dije amenazadora.
---Si, preciosa. Tú ven.
    Y colgó. Eso ultimo lo dijo picaron con una pisca de sonriente.
    Corrí hasta llegar al carro y ya adentro me fu tranquila. La preparatoria donde estaban los gemelos era una privada. Claro, lo mejor para los príncipes. Ya había ido antes, era una donde todo estaba más que cuidado, donde no vendían cafés y aguas a quince pesos si no imitando a Starbucks, costaban como cincuenta pesos cada uno. Conocía a muchos de esa escuela, y todo mundo sabe sobre la rivalidad entre la Samanta y yo, que por cierto obviamente me la iba a encontrar hay. Pero la verdad no tenía ganas de pelear en lo absoluto, mi cabeza estaba en Plutón y la tenia fresca para buenos insultos, solo la ignorare. Oh sí.
    Llegue al castillo donde estacione el coche en el estacionamiento privado. Qué cosa, todo estaba lleno y supongo que no era solo carros de los maestros. Identifique el coche de Samanta y el de un amigo que tengo hay dentro. Camine lento y ya todos me veían raro cada vez que caminaba. Otros conocidos me saludaban y varias chicas desconocidas para mí me miraban de arriba hacia abajo.
    Hasta que vi a Sergio, por ahí escondido en un rincón con mis zapatos en la mano y centenares de muchachos alrededor. Me sonrió, así como los otros metiches. 

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