Sentía
mis ojos pesados y no quería abrirlos. Muchas voces se escuchaban y mi cabeza
martillaba.
Puse una mano en mis ojos para tratar de
apagar esa luz blanca. Trate de moverme y no sabía dónde estaba. Abrí mis ojos
lentos, como si me despertara después de una de mis peores resacas.
---
¡Se despertó! Llama al doctor—escuche la voz de Edith.
Mi mente trataba de darme una explicación
pero no podía. Mi memoria estaba haciendo esfuerzo pero era como si la hubieran
bloqueado.
¿Qué fregados pasaba?
Al aclarar mi vista completamente me di
cuenta que estaba en una habitación de hospital.
Las cuatro paredes eran blancas, pero la
pared que tenía enfrente mío tenía una gran ventana donde veía el cielo y
edificios muy altos—donde quiera que me encontraba era el piso más alto—y había
muchas sillas alrededor mío, pero todas vacías a excepción en la que estaba
sentada Edith. La habitación era grande y estaba llena de globos y cartas que
decían en grande “Recupérate, te queremos”
No entendía nada, aunque era más que obvio.
-
¿Cómo te sientes?—me pregunto Edith agarrando
mi mano.
Mi boca estaba seca, la sentía pegajosa. Le apreté
la mano, ella sabe lo que pasa cuando le aprieto la mano.
En eso llego Sebastián con una Doctora.
Busque refugio en los ojos verdes de mi amigo.
Trate de levantarme de la cama pero la Doctora rápido me empujo suavemente para
atrás.
-
Tranquila.
Comenzó a checar las maquinas donde estaba
conectada y hay me di cuenta que tenia agujas en mis manos pegadas. Me comencé
a marear.
Pase mi lengua por mis labios.
-
¿Qué
me paso?—mi voz era débil, apenas y salió un susurro.
- Perdiste
demasiada sangre por una bala que te atravesó. Estuviste algo grave—contesto la
doctora—Por suerte la bala paso en limpio y no perforo nada grave.
- ¿Cómo
llegue aquí?
-
Una
ambulancia te trajo.
Volví a apretar la mano de Edith. Ellos
estaban callados, esperando a que la doctora se retirara.
-
¿Por cuando tiempo estuve aquí?
-
Dos días.
-
¡¿Qué?!
-
Estuviste grave, casi llegabas sin sangre aquí y por suerte tienes un
tipo de sangre común, y te conseguimos del banco de sangre. Te tuvimos sedada
para que tu cuerpo descansara.
Me tape la cara con mis manos, procesando la
información.
- ¿Cómo
te sientes?—me volvió a preguntar Edith.
- Cansada,
creo.
- ¿Quieres
que te pongamos mas sedantes?—pregunto la doc.
- No,
no, no—dije rápido.
- Avísame
si sientes alguna molestia.
- ¿Cuándo
podre irme de aquí?
- Mejoraste
bastante, supongo que a más tardar mañana.
Con eso la Doctora se largo.
-
¿Qué
paso conmigo? ¿Cómo es que termine aquí? Yo estaba con un hombre en el barrio
pero…
-
¿Alberto?—hablo Sebastián que se sentó alado mío,
al otro lado de la cama donde estaba Edith.
- Si,
el ¿Dónde está?
- Lo
único que nos quiso decir fue que te encontró tirada en el barrio y que te
llevo a casa de Doña Piedad y se tuvo que ir. Doña Piedad me hablo a mí donde
yo le hable a una ambulancia. Doña Piedad me dijo que Alberto estaba lleno de sangre
pero no solo era tuya, que él también se veía herido.
Si Alberto no dijo nada, era por una razón.
Yo tampoco diría nada hasta hablar con él.
- Vino
ayer a preguntar por ti—dijo Edith.
- ¿Es verdad lo que paso? ¿Lo que nos dijo?
- Sí,
bueno es que solo caí en medio de una balacera cuando iba caminando es todo,
supongo que me dieron
Se quedaron callados, viéndose el uno al
otro con mirada extraña.
- ¿Y todas esas cosas?—pregunte señalando los
globos y cambiando el tema.
- No solo el vino ayer, todo el mundo estuvo
aquí para ver como estabas
Sonreí.
-
¿Y quién pagara por todo esto? Este hospital
es uno de los más caros de la ciudad.
Los dos tenían suficiente dinero para pagar
la cuenta pero vamos, era demasiado. No creo que sus padres hayan dado esa
cantidad.
-
Escucha,
cariño.
Suspire
Cada vez que Edith me decía cariño era para
decirme algo malo.
- Estabas
en una clínica pública, muy buena. Nunca se nos ocurrió moverte porque el
servicio era excelente y esas cosas. Luego, tus padres se enteraron de lo que
te paso y que estabas internada.
- ¡Que! ¡Mis padres que!
- Tranquila—susurro
Edith al sentir la presión de mi mano en la suya.
- Entonces
ellos vinieron a verme, ¿verdad? ¿Estuvieron aquí conmigo?
No sé si fue emoción o confusión.
Sebastián y Edith intercambiaron miradas. Yo
los observaba de una manera no muy paciente como ellos se intercambiaban esas
miradas.
-
Díganme de una maldita vez que pasa—murmure.
- No, cariño; ellos no han venido a verte. Solo
nos dieron el dinero y firmaron papeles pero…
Edith no pudo terminar la oración. Se quedo
callada. Mis ojos se posaron en los verdes de Sebastián pidiendo explicaciones.
- Ellos
se enteraron del accidente y no les gusto la idea de que estuvieras en un
hospital público—murmuro.
- ¿Se
enteraron sus amistades?
- Si
Bufe
-
Como
no me lo imagine…
Cerré los ojos. Quería salir de aquí ahora.
Sentí otra presión en mi otra mano. Abri los
ojos y vi que Sebastián me estaba dando una de sus miradas que significan dos
cosas: “tenemos que hablar” y “no te preocupes; yo estoy aquí”
Al ver que captaba el mensaje me volvió a
agarrar la mano, apretándomela y sonriéndome.
Como
la doctora lo prometió salí al siguiente día.
Mis
dos mejores amigos me ayudaron en todo y yo jamás podre terminar de
agradecerles toda la ayuda desde encargarse de todo con mis padres,
trasladarme, estar ahí para mi, hacerse cargo de todo y ayudarme a regresar a
casa. Antes de ir a clases Edith vino a ver como estaba y ayudarme a poner
todos los regalos entre globos, peluches y cartas en mi habitación y
conociéndola las arreglo en donde se veían mejor. Me arropo y se fue. Tenía a
la mejor amiga del universo.
¡Casa solaaaaaaaaa!
En estos momentos hubiera llamado a Martin
y toda la banda para que trajeran lo suficiente para pasarla un buen rato pero
ellos ya no estaban aquí. Eso me recordó
que tenía que llamar a Alberto para explicaciones pero vaya sorpresa no tenia
su número y ni sabia donde vivía.
Mi celular sonó y vibro moviéndose en la
mesa que tenía enfrente. Puse la tele de la sala en mudo y conteste aquel número
desconocido.
-
¿Diga?
-
¿Carolina?
¿Eres tú?
-
¿Alberto?
Si soy yo. Justo quería hablar contigo.
-
Fui
a verte al hospital pero estabas dormida.
-
Sí,
me contaron. No te hubieras tomado esa molestia.
-
Ni
lo digas, casi muero al ver que te desmayaste.
-
Sobre
eso, Alberto. ¿Por qué no les dijiste a Edith y Sebastián la verdad?
-
¿Esos
que no se separaban de ti? Ni siquiera se quienes son
-
¿Eso
significa que no le puedo decir a nadie?
-
Lo
más correcto es que guardaras toda discreción posible. Ellos no saben de mi,
que estuvo ahí porque los que nos vieron ya no están—Un aire frio me recorrió
la espalda cuando escuche esas palabras—y han de estar más que furiosos porque
escapaste y volverán a intentar agarrarte hasta que lo logren. Lo mejor ahora
es que no vayas al barrio. Hasta que ellos regresen.
-
Pero
tengo que ir, Doña Piedad me necesita. Está sola en estos momentos
-
No
puedes, es demasiado riesgo. Esos hombres te están pisando los talones.
-
Lo
siento pero tengo que ir en cuanto me recupere
-
Si
vas yo ya no podre protegerte
-
Puedo
hacerlo sola.
-
Si
es que no te desangras
Eso me molesto
-
Yo
no tuve la culpa de que una maldita bala me atrapara y no tengo la culpa de que
como toda humana me estaba desangrando.
-
Podría
volver a pasar si regresas hay—lo decía con un tono pasivo, tratando de hacerme
entrar en razón—Esos hombres no solo te quieren como rehén, son sucios,
depravados unos sucios pervertidos. No todos, unos si; imagínate lo que pasaría
si—se quedo callado y nuestros pensamientos eran los mismos, si sabía de esa
posibilidad también—Tu belleza es peligrosa.
-
Me
arriesgare por ella así me atrapen, lo siento.
-
Solo
piénsalo: Están enojados, tienen demasiado vigilado por los rumbos donde
siempre andas y según tengo entendido creo que ya encontraron la ubicación de Roberto
lo cual…
-
¿QUEE?
¡Porque fregados no sabía eso! Oh
Gustavo me va a escuchar
-
No
estoy seguro, probablemente sea una falsa alarma—dijo, tratando de contenerme.
-
Tengo
que hablarle a Gustavo y lo siento pero iré con Doña Piedad me agarren o me
maten. Gracias
Y le colgué. Pero no solté el teléfono porque marque al número que
Gustavo me dio para emergencias y vaya que esta era una emergencia.
Al tercero timbre contesto.
-
¿Quién
habla?
-
Me
puedes explicar cómo está eso de que ya encontraron la ubicación de Roberto y tú
no te dignas a sostener cinco minutos el teléfono a que me des la maldita
información—estaba algo mareada pues como perdí tanta sangre que la Doctora me
dio muchos días de reposo y supongo que esto me está afectando. Me dijeron que viví
de milagro.
-
Lo
siento, es solo que todo iba muy bien no podía ser cosa del destino, presiento
que es algo planeado por eso quería llamarte hasta después de la operación
-
¿De
qué operación hablas?
-
Entraremos
a un lavado de dinero, donde nos enteraremos de más cosas. Tal vez Roberto
dirige todo eso desde arriba y para saber tenemos que empezar a preguntar desde abajo.
Todo empezaba a tener sentido.
Roberto no solo lo mandaron a Brasil para alejarse de mí sino para dirigir los
grandes negocios que Sandoval no podía. Roberto a de estar pudriéndose en
dinero. Pero si es así… ¿Por qué no le ha mandado algo de ese dinero sucio a
Doña Piedad? Gustavo no es rico pero si tiene su fajo de billetes por su
trabajo y algo de tráfico de drogas que hace independientemente. Deben de
controlarlo porque Roberto no es esa clase de persona que se guarda el dinero
egoístamente. Si no, o el negocio lo cambio o se olvido de nosotros. La decepción
no tardo en llegar a mi pecho.
Deben de estarlo controlando, si. Mi
Roberto no es así, no.
Tarde en darme cuenta que me estaba
tratando de convencer a mí misma.
-
¿Sigues
hay?
-
Si—conteste
en susurros—tengan mucho cuidado y aunque no estén seguros tu dime las cosas,
me lo prometiste
Gustavo suspiro al otro lado del
teléfono.
-
Lose,
perdóname; a la próxima serás la primera en saber.
-
¿Qué
pasara si lo encuentras? ¿Lo traerás?
-
Si
es que, no será tan fácil. Nada de esto es fácil, de haberlo sido te hubiera traído
así convenceríamos más fácil a mi hermano de regresar.
Sentí una punzada en el corazón
-
Si
llegan a encontrarlo, ¿podrías pasármelo por teléfono? Escuchar su voz al menos,
antes de saber que no lo pueden traer de regreso. Si es que sigue vivo.
-
No
está muerto, eso te lo aseguro.
Mi corazón se acelero de alegría. Mi padre estaba vivo. Y a punto de ser
encontrado… si es que lo encontraban. Hasta que una idea se vino a mi mente,
aterrorizándome.
-
¿Y
si lo matan al saber que lo están buscando?—un nudo se formaba en mi garganta.
-
Eso
no pasara, estamos siendo los más discretos posibles, pagando una fuerte
cantidad de dinero a las pocas y confiables personas que nos responden
preguntas. No te preocupes todo esta fríamente calculado.
-
Espero
-
Tengo
que irme, tenemos cosas que discutir. Martin manda saludos.
-
Dile
que lo extraño, a todos. Tengo casa sola—reí al mimo tiempo que el—hubiera sido
la oportunidad perfecta para pasarla bien un rato juntos.
-
Si
que si—era la voz que Martin.
-
Encuéntrenlo
rápido, para que regresen rápido—mi voz era de suplica.
-
Haremos
todo lo posible, pero en eso no te puedo prometer nada Carolina. Yo también te
extraño pequeña traviesa.
Martin solo me dice así cuando
realmente estaba sentimental. Le pedí a Alberto que no les dijera nada sobre el
accidente, sobre que me buscan, no quería que se preocuparan. Suficiente tienen
viviendo en la mala de América del Sur.
-
Te
conseguí algo que de verdad te gusta en el mercado negro, te servirá—Martin se
echo a reír y yo también.
-
Bien
cuando regresen sanos y salvos me lo das—dije con de nuevo con ese nudo.
-
Dale
a Doña Piedad mis saludos y dile que la quiero y que estaremos de regreso en
menos de lo que espera—de nuevo era Gustavo.
Y colgó.
Me quede un segundo viendo la
pantalla en mudo, mientras los personajes de
Friends hacían bromas que no oía.
Dure así, sin moverme por unos minutos hasta que reaccione. Me quite de
encima la manta que Edith me puso cuando se fue, apague la tele mientras iba
camino a mi habitación para cambiarme le mande un mensaje a mi amiga
diciéndole:
“Sé que
quedamos en que comeríamos en mi casa juntas pero tengo que llevarle de comer a
Doña Piedad, ver como esta que no lo he hecho en semanas, que sea cena?”
Ella entendería, siempre lo hace.
Me
fui como nunca voy, tenía que ser discreta para que no me reconocieran.
Unos
leggins negros con una blusa de mangas largas que me quedaba como vestido gris
liso con unos botones que parecían de blusa polo. Unos zapatos de piso negros y
como extra precaución una gorra negra que es de mi padre pero no creo que note
de su desaparición. Me hice una cebolla con mi pelo con la gorra puesta
No me pongo ni una gota de maquillaje y
agarrando mi bolso y mis llaves salí no sin antes hacerme un nudo en la blusa
para que se ajustara a mi cuerpo y abdomen. Muchísimo mejor, ya no parecía una señora mal cuidada.
Al salir de la casa no veía el coche rojo de
Sebastián. Lógico, debería de estar en medio de cases pues todavía ni mediodía
era. Algo a mi favor, tal vez me esperan hasta más tarde.
Pase
por la tienda más cercana para comprarle toda la despensa que siempre le
compro, las medicinas que necesita y ella no puede costear. Tome la decisión de
tomar un taxi hasta y así fue. Me salió más caro que nada.
Al bajarme del taxi la vi inmediatamente,
sentada en su mecedora oxidada afuera en su pequeño patio, mirando todo lo que
pasaba alrededor.
Al instante en que nuestras miradas se
encontraron, me sonrió. Esa cálida sonrisa de mi anciana. Sin ella no se que hubiera
echo, ella sano mis heridas ese día que me encontraron.
-
Creo
que te habías olvidado de mí—dijo con una sonrisa.
-
Jamás
nana—dije.
La ayuda a levantarse y fuimos
adentro donde de nuevo ella sentada observaba como acomodaba todo de la
despensa y me desasía de las cajas vacías de su medicina, remplazando las
nuevas.
Me preguntaba cómo iba con el tema de mi salud y yo solo sonreí
diciéndole que estaba perfecta.
Y no mentía…del todo. En la tienda mientras buscaba las cosas en latas
me vino un mareo de lo peor y casi me caía. Un señor me pregunto si estaba bien
y me dio alarmado, como si me fuera a caer de un abismo.
-
Qué
bien, casi me muero cuando Alberto te trajo cargando. Creí lo peor.
-
No
se preocupe Doñita, yo estaré aquí mas rato dando lata.
Me quite la gorra y estuve hay casi todo el día desde antes de medio día
hasta ya casi las seis. Ya empezaba a obscurecer y ella vio mi preocupación.
-
Ya
me hiciste la comida y tengo suficiente para la cena. Vete, yo estaré bien.
-
Puedo
quedarme a dormir.
Negó con la cabeza.
-
Estamos
comenzando Febrero; pleno invierno. Las noches son frescas y no cabemos en una
cama. Aparte mírate, vienes muy poco abrigada.
Reí fuerte, ella siempre me reclamaba de lo
mal arropada que iba en invierno. En esta ciudad los inviernos son como bipolares.
Una semana parece verano a pleno Enero pero a la siguiente parece que estamos
pero que el Polo Norte y Sur juntos. Para suerte mía—ya que odio el frio—hoy
estábamos a suficientes grados como para no llevar chaqueta.
-
Alberto
no le habrá contado a los muchachos pero a mí me mantuvo al tanto de todo.
Doña Piedad sabía todo, genial.
-
Entre
más rápido te vayas, mejor. No quiero volver a preocuparme tanto porque te atacaron—me
regaño pero al final sonó como una súplica.
-
De
acuerdo nana; volveré pronto.
Asintió y dándole un abrazo me dejo
ir.
Afuera de la casa, donde me volví a
poner mi gorra y sacaba mi celular intentando llamar a Sebastián. El único que
me podía ayudar en esta situación.
Después de seis intentos; nada. Edith ni de chiste, ella era demasiado
delicada y nada acostumbrada para este lugar.
Un último intento, solo uno si no
me iré a pie.
Dos, tres más después de eso y nada. Sebastián
ni sus luces. Regrese en camión porque era más barato y camine desde la parada
hasta mi casa. Llegue al umbral de esta pero se escucharon las voces de mis
padres. Como si la casa tuviera una bomba que al tocar se activaría camine
hacia atrás lento, dirigiéndome hacia la de Sebastián.
La pequeña Jimena me abrió la puerta. Antes de hablar yo ella lo hizo
primero.
-
¡Caro!—dijo
con un tono como de alivio pero de todas formas me reí. Adoraba a esta niña.
-
Hola
hermosa, ¿Esta tu hermano?—le devolví el abrazo.
-
Qué
bueno que llegas—uso de nuevo su tono de alivio. Me pregunte porque.
Me agarro de la mano y me metió a la
casa hasta la sala donde la tele estaba prendida en la caricatura Bob Esponja.
-
¿Está
en su habitación?—le pregunto, mirando hacia la planta baja de su casa que
estaba sola. No creo que la hayan dejado sola en la casa.
-
En
su cuarto—susurra mientras saca la lengua. Reí fuerte pero segundos después
vuelvo a preguntarme porque la niña susurro como si la fueran a escuchar—Sube—sonrió.
La despeine un poco y subí por las
escaleras. Abriendo la primera puerta del pasillo automáticamente empecé a hablar
-
Sebastián,
no sabes que…
Calle. Shock. Abriendo los ojos.
Sebastián tenía una muchacha en la silla, el de rodillas a lado de esta—más
bien alado de la muchacha—besándose.
No me hubiera molestado si hubiera sido cualquiera pero esta vez era
diferente.
Samanta.
-
¡Hola
Caro!—me saludo la chiflada como su fuéramos amigas.
Solo le regrese el saludo con la mano, incapaz de encontrar mi voz. Sebastián
estaba también en estado de shock si saber qué hacer.
Le di una respuesta.
-
Vuelvo
más tarde—todavía no asimilando la escena hasta que reaccione y di media vuelta
hacia la puerta.
-
Espera—me
detuvo Sebastián.
Volví a dar media vuelta con mi
cara inexpresiva.
-
Tengo
que hablar con ella, te hablo después ¿sí?—le susurro.
-
Claro
amor—dijo ella sin susurrar con toda la intención de que yo escuchara—pero
recuerda que no tienes porque darle explicaciones a esta.
Hablo como si yo no estuviera en la habitación. Me rechinaron los
dientes. Ella agarro su mano no sin antes verme con cara triunfante y lo beso.
Mire para otra parte, sumamente incomoda hasta que ella se paro y paso
enfrente mío.
-
Cuídate—me
dijo en tono dulce, hipócrita. No se fue sin antes mirarme de arriba abajo.
No le respondí, cosa que hizo que su sonrisa se ensanchara. Se marcho
satisfecha.
Sebastián ya estaba de pie, cerré la puerta fuerte, recargándome en
ella. No lo podía creer, esa imagen de esos besándose se reproducía como disco
rayado en mi cerebro.
Abrió la boca en defensa propia
pero yo fui más rápida.
-
¿Desde
cuándo?—fui lo único que pude soltar, seca. Mirando al techo. Se tardo unos
segundos muy largos en contestarme.
-
Siete
días—respondió.
Bufe y nos miramos.
-
Es
increíble tu confianza hacia mí. Yo creí que la tenías pero ya veo lo
equivocada que estaba.
El negaba con la cabeza.
-
Te
lo iba a decir, enserio pero no encontraba la manera.
-
Sí,
claro—me burle— ¿Cuándo?—casi gritaba, di un paso— ¿Cuándo terminaran? Dime
cuando, Sebastián.
-
Entiéndeme
Carolina—muy raras veces me decía por mi nombre completo—Si fue difícil decirte
que me gustaba imagínate ahora que era mi novia.
No soporte esa palabra.
-
Ósea,
que la cosa es de cobardía—me pase los dedos por los cabellos—o acaso es mi
culpa.
-
Por
supuesto que no Cari—se acerco a mi pero yo retrocedí.
-
Entonces
es eso—bufe—tu falta de huevos para decírmelo a la cara, ¿creías que iba a
rechazarte y negarte?
Se quedo mudo.
-
Que
poco me conoces Sebastián ¡por supuesto que no!—casi grite lo ultimo—Si me lo
hubieras contado en vez de enterarme de esta manera, aunque ella me reviente el
hígado yo iba a entender. No controlo tu vida y trataría de hacer un esfuerzo
por ti, por mi mejor amigo—mi tono era de histeria acelerado.
El no hablaba y yo me desespere. Abrí la
puerta para largarme de ahí.
-
¡Carolina!
¡Cari, espera!
Se puso delante de mí; bloqueándome.
-
Fui
un estúpido y si fue por falta de huevos perdóname, perdóname—me rogo. Lo mire
a los ojos. Dulcifique un poco mi mirada y le puse la mano en el hombro.
Me sonrió, pretendo que eso era buena señal pero con mi mano lo quite
del camino, poniendo mi cara de enfado de nuevo.
-
¡Carolina,
no me hagas esto!—gritó. Decidido a bloquearme de nuevo.
Jimena estaba de pie de la escalera con un
vaso en la mano. Le di un rápido beso en la frente y le susurre un “nos vemos”
y salí definitivamente de la casa. Con el corriendo detrás mío.
Me sentía traicionada, humillada y todo lo
peor, confundida. Me volvió a alcanzar y se volvió a poner delante de mí.
-
Soy
un cobarde, lose pero todos comentemos errores. Tenía miedo a perderte, porque
no quiero tener que elegir entre las dos.
-
No.
Al tratarse de ella, tendrás que elegir. Y aunque no lo haga ella te alejara de
mi.
-
No,
no. Yo no me voy a alejar de nadie—dijo decidido.
-
Eso
dices ahorita, y sé que aras un intento porque no sea así pero al final
ocurrirá. Aparte—suspire—no tienes porque darle explicaciones a esta—me señale,
repitiendo lo que ella dijo antes de irse y lo aparte del camino.
Camine rápido hacia la casa de
Edith.
Mi mejor amigo se quedo hay parado
viendo como me iba.
me encanto!!!!!!!!!
ResponderEliminarme encanta tu manera de escribir pobre Caro, encima del accidente se tiene que calar esa escenita ¬¬, jajajaja Caro tiene un gran caracter, temeraria y divertida, amo tu imaginacion tu historia me tiene enganchada xD
plis publica pronto
besos
cuidate