Me
encontraba en el aeropuerto. No tenía ni la más mínima idea de que hacia hay
pero sentía un dolor en mi pecho, como una punzada, una presión. Mis dedos
estaban húmedos y entendí que era porque me estaba secando las lágrimas que salían
por mis ojos.
Me salió un gemino de golpe del pecho, de
donde venia el dolor y abrí los ojos. Ya no estaba en un aeropuerto.
Me encontraba sentada en la cama de Sebastián.
Desde la ventana estaba de noche y solo distinga una tenue luz desde una pared
al otro lado de la habitación. Hay también se encontraba mi amigo, con una
expresión de cansancio.
Lo primero que hice fue verme las puntas de
los dedos de las manos pero estaban secas. Luego mis manos se fueron a mis ojos
pero también estaban secos y por último a mi pecho donde no sentía el dolor que
sentí en ese sueño.
Lo segundo que hice fue darme cuenta que me dolía
mucho la cabeza, que estaba toda acalambrada—como si hubiera dormido mucho en
una sola posición—y de la expresión de Sebastián al otro lado de la habitación;
me veía como si estuviera esperando a que una bomba explotara.
¿Por qué…
¡No! ¡Claro!
Sebastián debió de ver mi cara—que la
bomba ya había explotado—porque se acerco a mí con cuidado.
-
¿Cómo?—balbucee—
¿Dónde…?
-
Tranquila…
ya paso.
Trate de sentarme en la cama pero me llego
un mareo que Sebastián no noto y me aferre al colchón. Lo volví a intentar
hasta llegar la borde del y ponerme en una buena posición.
Me
aclare la garganta y no abrí la boca hasta asegurarme que saldría voz de esta.
-
¿Qué
paso?—dije ronca.
-
¿Después
de que te quite a ese puerco de encima? Lo molí a golpes hasta quedo inconsciente
y cuando voltee hacia ti para ver como ibas estabas en el pasto desmayada. Te
traje a mi casa y te recosté hasta que empezaste a dar como signos de vida.
Cerré los ojos y hable así
-
Sebastián, no tienes ni una idea de cuánto te agradezco
que hayas llegado. Jamás podre terminar de agradecerte lo que acabas de hacer
por mí. Gracias, me salvaste de algo grande si no hubieras llegado yo…—y se me
fue la voz, volviendo a cerrar los ojos.
Los abrí de golpe
-
¿Qué
horas son?
-
Las
una de la mañana
Me levante de la cama, ya era tarde. No
podía abusar de la amabilidad no solo de Sebastián sino también de la de Emma.
El se quedo cerca de mí para
asegurarse de que no cayera.
-
¿Dónde
está…—carraspee—el?
Sebastián puso mala cara.
-
Pues
muerto no está así que… da igual, ¿no?
No supe que hacer o decir así que cambie de
tema
-
¿Cuánto
tiempo estuve inconsciente?
-
Como
cuatro horas.
Esas eran demasiadas horas. Me despedí de Sebastián volviéndole a
agradecer lo que acababa de hacer.
En otras circunstancias, lo hubiera abrazado, llenado de besos—de parte
de mi yo enamorada—y besos amistosos en la mejilla—de parte de la mejor amiga pérdida—hasta
dejar que me consolara. Pero Sebastián traía una cara de perros. Y cada vez que
le sonreí mientras me despedía no me hiso ni una mínima expresión. Así que me
conforme con otra sonrisa no correspondida y lo toque en el hombro.
Camine hacia la puerta y al abrirla el me la cerro y me bloqueo el
camino. La hizo sonar fuerte.
-
¿Por
qué Carolina?—exclamo en tono de suplica.
No entendí nada.
-
¿De
qué hablas?
Suspiro
-
Antes
de irte, quiero que me digas algo—aparte de serio también se veía enojado.
-
¿Podremos
hablar mañana? Es que, quiero pensar las cosas y descansar un poco.
-
¿Por
qué estabas sola con él, Carolina? Quiero que me lo expliques.
Me sorprendió su hostilidad.
-
Estaba
sola porque no había nadie más—me Salí por la tangente.
-
No
te hagas la chistosa. Dime de una vez
-
La
verdad es que yo estaba hay… para como des estresarme… razones que no te
interesan y cuando ya me iba el llego borracho y tu sabes el resto
Termine de hablar y me dirigí de nuevo a la
puerta. Me volvió a bloquear.
Suspire pesadamente
-
No
me explico esas razones que se supone que no me interesan, mucha coincidencia;
encontrarte completamente solos en una ciudad tan grande…—rodeo los ojos—no
tiene sentido. Y para rematar de noche. Plan con maña de le dice
-
Recuerda
que el vive a tres cuadras de aquel parque—dije exasperada
Pero me
quede pensando en lo que dijo
-
Sebastián,
¿Qué estas insinuando?—dije con voz baja y sombría
-
No
insinuó, estoy casi seguro de que no fue coincidencia
-
Seguro
mis ovarios. Las cosas son como te las estoy contando. ¡Si me crees que bueno y
si no también!
Por tercera vez trate de irme pero me agarro
fuerte de las muñecas y me miro a los ojos.
-
Y
también esta ese tipo llamado Lucas. Los vi juntos en esa fiesta… ¿Cómo va su
apuestesita? ¿Ya vez porque tengo tantas sospechas? ¡Tú te quedaste de ver con
Alex en aquel lugar, tu lo provocaste!—me grito en la cara.
-
¡Suéltame
que me lastimas!—le grite más fuerte que me soltó—me estas ofendiendo, Sebastián.
-
No
creo
-
Esa
novia tuya ya te está metiendo ideas malas de mi en la cabeza ¿verdad?—susurre
-
No
la metas en esto
-
La
meto todo lo que quiero porque mi se me da la gana ¿o qué crees me puse a
gritar y llorar como una loca por gusto?
Se quedo callado
-
¡Maldita
sea la hora en que esa gata te envolvió!—grite.
-
¡No
la estés insultando!
-
¡Le
digo como a mí se me da la bendita gana!
-
¡No
estamos hablando de ella! ¡Si no te di y tus escapadas con Alex y amoríos con
ese Lucas y no sé cuantos más!
Teníamos una conversación a base de gritos
-
¡Que
no! Ah Alex me lo encontré hay por des fortuna, Lucas tampoco tiene nada que
ver en esto
-
No
te creo mucho
Me cruce de brazos
-
Ya
me estoy cansando de este jueguito tuyo tan tonto. No te soporto y tampoco a tu
novia de cuarta.
-
¡Ya
te dije que no la metas en esto! Aparte la única gata, ofrecida y dejada eres tú…
Le di una cachetada más fuerte que la que le
di a Alex.
-
¡AH
MI NO ME ANDES DICIENDO ASI! ¡ESTUPIDO!
Me miro con ira.
Salí de la habitación y esta vez no me
detuvo. Todo ya estaba obscuro y me pregunte como es que ni Emma ni su hermana
salieron al escuchar tantos gritos. Lo único que me importaba en ese momento
era salir de aquella casa. Donde guardaba tantos buenos momento y desde ahora
uno horrible.
Llegue a mi casa y no me moleste en fijarme
si había alguien o si estaban todos dormidos. Me encerré en mi cuarto donde vi
que las ventanas estaban abiertas y Sebastián estaba viéndome desde la suya.
Rápido la cerré con toda la fuerza e ira que
tenía mientras lo veía a los ojos con una mirada de odio y cerraba la cortina
para ya no verlo más.
Mi habitación se torno obscura de pronto. No
me moleste en prender las lámparas. No me moleste en siquiera sostenerme así
que caí al suelo y deje que el dolor—el dolor de que mi mejor amigo, la persona
que más quería en este planeta, el única que me conocía realmente como soy, el
que me consolaba y que ahora no podía pues la razón de este dolor es el—me
aplastara.
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